Durante la Edad Media, entre las provincias de Lugo y Ourense, en la confluencia de los ríos Miño, Sil y Cabe, se dio una inusitada concentración de cenobios que hicieron de estas tierras la cuna de la cultura y de la espiritualidad de aquel tiempo. Hoy estas majestuosas construcciones, unidas a la singularidad de los espacios naturales que las rodean se han convertido en verdaderos tesoros. Sin duda, uno de los secretos mejor guardados de la Galicia interior ¿Te atreves a descubrirlo?
Dicen que existen pocos lugares en nuestro país que transmitan tanta paz y ganas de meditar como la comarca de Ribeira Sacra. Lo mismo debieron de pensar las distintas órdenes religiosas que decidieron aposentarse en las escarpadas laderas de los valles del Miño y el Sil, cubiertas de castaños centenarios, durante todo el siglo V.
La abundancia de monasterios, ermitas y demás construcciones religiosas debió impresionar a Doña Teresa de Portugal, la díscola hermanastra de Doña Urraca, que en 1124 redactó un documento por el que cedía unos terrenos a un monje para la fundación de un monasterio que marcaría para siempre estos territorios. Y es que, en dicho escrito, documento fundacional del Monasterio de Motederramo, es donde se emplea por primera vez la denominación Rivoyra Sacrata, antecedente a la actual denominación.
Para descubrir esta rica herencia monacal y disfrutar de los paisajes, arte e historia de estas tierras nada mejor que seguir los itinerarios que la Red de Caminos Naturales pone a disposición del visitante. Dos rutas principales a las que se suman tres pequeños ramales: uno que llega al pueblo de Melón de Abaixo; un segundo que conduce al pueblo de Arcos y retorna al camino principal por un bosque de robles, y un tercero que comienza en el Monasterio de Santo Estevo y termina en la carretera que bordea el Sil.
La ruta principal comienza en el Alto do Couso, y pone su punto final en el Monasterio de Santo Estevo. 24 kilómetros entre pinos, robles y abedules que discurren por distintas pistas de grava y que nos acercarán a municipios como Melón Baixo y Melón de Arriba, Cortacadela, Pombar y San Estevo de Ribas de Sil.
Durante el recorrido ascenderemos por una pendiente que nos llevará hasta el prado donde se yergue la Ermita da Virxen do Monte, cuyos orígenes se remontan hasta el siglo XVI, aunque cuentan que quizá sea más antigua. Muy próxima esta la fuente donde, cuenta la tradición, se apareció la Virgen. Desde esta altura podremos disfrutar de una panorámica espectacular de Maceda del Val do Medo y de las montañas que se coronan con A Cabeza da Meda que llega a alcanzar los 1316 metros.
Desde este mágico lugar, el camino desciende hasta alcanzar Pombar en cuyos alrededores se encuentra la antigua fortaleza de Pendeos do Castro. Un lugar estratégico que antiguamente ostentaba labores de vigilancia y defensa y donde hoy se encuentra un mirador desde el que contemplar el valle del Sil y el cercano Monasterio de Santo Estevo. Este complejo, construido entre los siglos XII y XVIII, es uno de los conjuntos arquitectónicos más destacados y espectaculares de Galicia, hoy día reconvertido en Parador Nacional. De este itinerario principal arrancan los ramales de Meiroás - Melón Baixo y la Ruta de los Arcos.
La segunda ruta, la de Parada de Sil al Monasterio de Santa Cristina, supone un recorrido de unos 8 kilómetros que desemboca en uno de los cenobios más antiguos del lugar. Precisamente en este entorno de singular belleza fue donde Doña Teresa encontró la inspiración para encontrar el nombre perfecto que definiera esta comarca. Echaremos a caminar desde el monumento homenaje a “O Barquilleiro”, en Parada de Sil, para avanzar entre grandes muros de piedra y castaños centenarios. Parada obligatoria son los conocidos Balcones de Madrid que, aunque fuera de la ruta, se encuentran a poca distancia. Se trata de un mirador natural sobre el río Sil que ofrece una manera diferente de conocer su cañón, una garganta de roca sinuosa que no te dejará indiferente. Sin duda, uno de los elementos más importantes de Ribeira Sacra.
Este lugar, anteriormente conocido como “Os Torgás”, era donde acompañaban las familias a los barquilleros que iban a comerciar a las verbenas de Madrid, de manera que, aunque su destino fuese otro, siempre decían que iban a Madrid, de ahí su nombre. Sin palabras te dejarán las vistas desde este punto al amanecer en los días más soleados del invierno, que permiten ver un espectacular manto de nubes que cubre todo el cañón.
Los pinos y robles nos acompañarán a partir de este punto mientras ascendemos por una pista de grava que nos llevará hasta un bonito puente de piedra que anuncia que Portela está cerca. Llegamos a Parada de Sil y nos encontramos con la Ermita de San Antonio y, algo más lejos, bajando por el camino nos toparemos con el Monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil. Esta impresionante construcción, con orígenes anteriores al siglo IX, hace honor al entorno en el que un día fue levantada, en un frondoso bosque de castaños centenarios al pie del monte Varona y muy cerca de las cristalinas aguas del río que da nombre a la población. Aquí se respira Románico, en su estructura, su torre y la portada anexa a la fachada de acceso al claustro, aunque también encontramos algunos elementos del renacimiento.
El más largo de estos tres itinerarios es el que une Meiroás con Melón Baixo. Este pequeño camino que no supera los 5 kilómetros de longitud, se inicia en el kilómetro 3 de la ruta principal, la del Monasterio de San Estevo, y nos lleva hasta el mismísimo centro del pueblo de Meiroás. Un punto cargado de historia donde contemplaremos unas de las construcciones más típicas y conocidas de estos parajes: los hórreos gallegos. Aunque parte del recorrido discurre por asfalto, encontraremos también pistas de tierra y prados y bosquetes de abedules. Un paisaje que cambiará al acercarnos a Casanova, zona de tojos y retamas. Este camino es bastante cómodo y sencillo con pistas anchas que nos llevarán hasta Melón Baixo.
La ruta de San Xoán de Cachón parte al oeste del monasterio de Santo Estevo. Se trata de un itinerario corto pero muy agradable sobre un camino de loseta de granito que atraviesa dos puentes de madera. El agua de los arroyos y los eucaliptos dan el toque de cuento a esta zona.
Y si todavía te has quedado con ganas de descubrir más Ribeira Sacra no te olvides de la Ruta de Arcos. Apenas kilómetro y medio de camino que comenzaremos desde el cruce de la ruta principal. Aquí se respira historia, quizá por el camino empedrado en el que, si nos fijamos bien, aún se notan las rodadas excavadas tiempo atrás por los carros que transitaban por estos caminos en dirección a Arcos.
Si por algo es conocida la Ribeira Sacra, además de por su importante patrimonio histórico y cultural, es por sus vinos, conocidos en todo el mundo. En 1996 se consiguió la Denominación de Origen de estos caldos de los que se dicen comenzaron a ser cultivados en tiempos de los romanos. Su popularidad era tal, que hasta los Césares lo servían en sus fiestas más señaladas. .
Años más tarde, durante la Edad Media, serían los monjes asentados en las márgenes de los distintos ríos que bañan estas tierras los que recuperarían el cultivo de la uva. Hoy lo conocemos como “viticultura heroica” debido a la dificultad que entraña el procedimiento en el que no se utilizan medios mecánicos ni en el cultivo ni en la recolección. A esto se une otra dificultad, y es que la mayor parte de los viñedos que aquí se asientan se encuentran en terrazas sobre las inclinadas laderas de los cursos fluviales del Miño, Sil, Cabe y Bibei, alcanzando algunos de estos terrenos un 100% de pendiente.
La importancia del vino en estas tierras es de tal magnitud que, cada año, se celebra el trabajo realizado por el binomio hombre-naturaleza en una Fiesta de Interés Turístico en Galicia celebrada en Sober y conocida como la “Feira do Viño de Amandi”. Miles de personas se reúnen para probar no solo el vino Mencía de Amandi, abanderado de los tintos gallegos, sino también quesos, pan y miel de la Ribeira Sacra, sin olvidarnos de las populares roscas de dulce de Millán.
Doña Teresa de Portugal emplea por primera vez la denominación Rivoyra Sacrata en un documento de 1124 por el que cedía unos terrenos a un monje para la fundación de un monasterio